jueves, 29 de noviembre de 2007

Por qué es bueno que sepas que los unicornios no existen
La vida de mi hermana menor no es fácil. Una madre soltera tratando de estirar sus preciosos y escasos recursos desesperanzadamente sobre tantas cosas. Ella vive estresada, enervada y con muchísimo trabajo. Como uno puede imaginar, esto crea una situación difícil para cualquier niño. Cuan aliviado me sentí entonces, al escuchar de mi hermana que ella no tenía intenciones de criar a su pequeño bajo el atrofiado culto de la mayoría estancada en la religión. El chico tiene demasiadas dificultades en su vida para superar; añadir sobre su lista de nacientes fortalezas la ignorancia de tribus pre-feudales, no le hará muchos favores.

Que malvado y nocivo es ésto -si puedo, por el momento, valerme del léxico religioso- enseñar a tu primogénito lo que no te es posible a ti conocer. Difícilmente puedo imaginar una traición mayor a lo que es nuestro rol como progenitores: equipar a nuestra progenie con las mejores herramientas para la sobrevivencia. Al pasarles la religión a nuestros niños, estamos conscientemente pasándoles o mentiras deliberadas o pseudociencia no sólo como verdades, sino como la verdad.

Es una mentira decir que la gente puede regresar mágicamente a la vida luego de la muerte, que las vírgenes pueden ser embarazadas por un súper ser invisible. Que el agua se puede convertir en vino y que cuando mueres o estarás de fiesta con un fantasma por toda al eternidad o sufrirás una tortura sin fin. Estas son mentiras, porque a pesar de que son infalseables o incognoscibles, son presentadas como hechos. Es absurdo y ridículo que madres y padres sienten a sus hijos y les digan con seriedad que ellos saben - o por lo menos están absolutamente seguros- que este mundo es gobernado por un invisible dictador no humano, quien ha perdonado los crímenes cometidos por nuestros ancestros llevando a su hijo a ser torturado hasta la muerte y luego trayéndolo de nuevo a la vida.

Como humanos, una de nuestras grandes fortalezas es nuestra habilidad para razonar. Incrementamos el bienestar de nuestra especie cultivando este rasgo y presionando por su elección. El mismo concepto de fe es hostil con esto. La fe definitivamente no es una virtud que cualquier mamífero racional quiera otorgar a sus hijos. Si tú crees que algo es realidad a pesar de la evidencia, estas más propenso a cometer errores de juicio.

Dinesh D'Souza, autor de "Que es lo grandioso de la cristiandad", recientemente notó en un debate con Christopher Hitchens, autor de "Porque dios no es grande: Como la religión envenena todo", que él no podía entender el paradigma del ateo: seguro, no crees en Dios, pero ¿por qué escribes sobre él? Después de todo, D'Souza no cree en unicornios y no lo ves escribiendo artículos y libros sobre el tema.

La lógica tiene cierta verosimilitud con esto. Cuando la gente se refiere al ateísmo como una religión, rápidamente apunto que esto es tanto como decir que no coleccionar estampillas es un hobby. Pero si no te gusta coleccionar estampillas, ¿por qué escribir tanto acerca del hobby en un abierto esfuerzo para hacer renunciar a sus adherentes?: Porque las creencias importan, y pervertir la percepción de un niño sobre la realidad no es ético.

Al enseñarle a un niño que Dios existe, deberías así mismo enseñarle que los unicornios también lo hacen. Si vas a sesgar sus facultades de razonamiento, ¿por que no hacerlo por la puerta grande? Si es tan probable para ti que hay una persona oculta y omnipotente en el centro del universo halando todas las cuerdas, entonces quizás es tiempo de que reconsideres la posibilidad de existencia de caballos con cuernos en sus cabezas.

domingo, 13 de mayo de 2007

Un Manifiesto Ateo

Sam Harris
www.truthdig.com, 12/7/05

[Traducción: J.C. Álvarez]
Tomado de http://www.federacionatea.org

Nota del Editor: En una época en que la religión fundamentalista ejerce una influencia sin precedentes en los niveles más elevados del gobierno de los Estados Unidos, y en que el terror de origen religioso domina el escenario mundial, Sam Harris argumenta que la tolerancia "progresista" hacia la irracionalidad basada en la fe es una amenaza tan grande como la religión misma. Harris, graduado en filosofía por la Universidad de Stanford, ha estudiado las religiones orientales y occidentales, y ha obtenido el premio Pen Award 2004 de no ficción por The End of Faith, una obra que examina y pulveriza implacablemente los absurdos de la religión organizada. Truthdig.com pidió a Harris que escribiera un documento para explicar su tesis de que la creencia en Dios, así como el intento de aplacar a los religiosos extremistas de todas las creencias por parte de los moderados, ha sido y sigue siendo la mayor amenaza para la paz mundial y un asalto continuado a la razón.


En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto la violará, la torturará y la asesinará. Si una atrocidad de esta clase no ocurre precisamente en este momento, ocurrirá en unas horas, o a lo sumo en unos días. Tal es el grado de confianza que podemos extraer de las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. La misma estadística sugiere también que los padres de estas niñas creen en este mismo instante que un Dios omnipotente e infinitamente bondadoso cuida de ellos y de su familia. ¿Tienen alguna razón para creer esto? Es más, ¿está bien que lo crean?

La respuesta a ambas preguntas es muy clara: NO.

Todo el ateísmo está contenido en la anterior respuesta. El ateísmo no es una filosofía; no es ni siquiera una opinión sobre el mundo; es simplemente el rechazo a negar lo evidente. Por desgracia, vivimos en un mundo en el que, por principio, lo evidente se pasa por alto. Lo evidente debe ser observado, vuelto a observar y defendido. Se trata de un trabajo ingrato. Lleva consigo una aureola de petulancia e insensibilidad. Además es un trabajo que el ateo no necesita.

Es preciso señalar que nadie necesita identificarse como un no-astrólogo o un no-alquimista. Por consiguiente, no tenemos ningún nombre para definir a las personas que niegan la validez de estas pseudo-disciplinas. De la misma forma, el ateísmo es un término que ni siquiera debería existir. El ateísmo no es más que la protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de americanos (el 87 % de la población) que afirman no dudar jamás de la existencia de Dios son los que están obligados a presentar pruebas de su existencia y, ciertamente, de su benevolencia, considerando la destrucción implacable de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario en el mundo. Sólo el ateo aprecia lo misteriosa que es nuestra presente situación: la mayor parte de los seres humanos creen en un Dios que, en todos los aspectos, es tan fantástico como los dioses del Olimpo; ninguna persona, independientemente de sus méritos y capacidades, puede acceder a un cargo público en los Estados Unidos si no afirma estar totalmente convencida de que ese Dios existe; y una gran parte de la política pública de nuestro país responde a tabúes religiosos y a supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra circunstancia es abyecta, indefendible y aterradora. Podría incluso resultar graciosa si lo que estuviera en juego no fuera tan importante.

Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, finalmente resultan destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y las esposas se separan en un instante, para no reencontrarse jamás. Los amigos se apartan unos de otros con celeridad, sin saber que no volverán a verse. Esta vida, cuando se inspecciona con un amplio vistazo, presenta poco más que un enorme espectáculo de pérdidas. La mayoría de la gente de este mundo, sin embargo, se imagina que existe una cura para todo lo anterior. Si vivimos correctamente --no necesariamente de manera ética, sino dentro del marco de ciertas creencias antiguas y de comportamientos estereotipados-- conseguiremos todo lo que queramos después de morir. Cuando finalmente nuestros cuerpos nos fallen, tan sólo nos desharemos de nuestro lastre corpóreo para viajar a una tierra donde nos reuniremos con todas las personas a las que amábamos cuando vivíamos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma serán excluidas de ese lugar feliz, y los que hayan suspendido su incredulidad mientras vivían será libres de disfrutar de dicho lugar para toda la eternidad.

Vivimos en un mundo lleno de sorpresas inimaginables --desde la energía de fusión que hace que el sol brille, hasta las consecuencias genéticas y evolutivas de esta danza luminosa sobre la Tierra a lo largo de los eones-- y, a pesar de todo, el Paraíso se conforma a nuestros intereses más superficiales con la misma comodidad que un crucero por el Caribe. Lo anterior resulta extraordinariamente curioso. Si uno no supiera nada del asunto, pensaría que el hombre, en su temor a perder todo aquello que le gusta, había creado el Cielo, con su Dios de portero, a su propia imagen y semejanza.

Consideremos la destrucción que el Huracán Katrina trajo sobre Nueva Orleans. Más de mil personas murieron, decenas de miles perdieron todos sus bienes terrenales, y casi un millón fueron desplazadas. Es casi seguro que prácticamente toda persona que vivía en Nueva Orleans en el momento de la tragedia del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué hacía Dios mientras un huracán arrasaba su ciudad? Seguramente oyó los rezos de los ancianos y las mujeres que huían de la crecida de las aguas buscando la seguridad de sus azoteas, sólo para ahogarse lentamente en éstas. Eran personas de fe. Eran hombres y mujeres buenos que habían rezado durante toda su vida. Sólo el ateo tiene el coraje de admitir lo evidente: esta pobre gente murió hablando con un amigo imaginario.

Desde luego, hubo claros signos de que una tormenta de dimensiones bíblicas golpearía a Nueva Orleans, y la respuesta humana al consiguiente desastre fue trágicamente inepta. Pero fue inepta sólo a la luz de la ciencia. Los signos del avance del Katrina fueron extraídos de la Naturaleza muda a través de cálculos meteorológicos y de imágenes vía satélite. Dios no habló a nadie de sus proyectos. Si los residentes de Nueva Orleans se hubieran contentado con confiar en la caridad del Señor, no se hubieran enterado de que un huracán asesino se abatía sobre ellos hasta sentir en sus caras las primeras ráfagas de viento. Sin embargo, una encuesta realizada por el Washington Post reveló que el 80 % de los sobrevivientes del Katrina afirmaban que el acontecimiento había reforzado su fe en Dios.

Mientras el Huracán Katrina devoraba Nueva Orleans, casi mil peregrinos chiítas eran pisoteados hasta morir en un puente de Irak. No hay duda de que estos peregrinos creían vigorosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas en torno al hecho indiscutible de su existencia; sus mujeres caminaban veladas delante de él; sus hombres se mataban entre sí con regularidad por interpretaciones rivales de su palabra. Sería notable que un solo superviviente de esta tragedia perdiera su fe. Es más probable que los supervivientes se imaginen que ellos fueron salvados por la gracia de Dios.

Sólo el ateo reconoce el narcisismo y el autoengaño ilimitados de quien se cree "salvado por Dios". Sólo el ateo comprende lo moralmente rechazable que es el hecho de que los supervivientes de una catástrofe se crean salvados por el amor de Dios, mientras este mismo Dios ha ahogado a niños en sus cunas. Puesto que el ateo se niega a disfrazar la realidad del sufrimiento del mundo con una empalagosa fantasía de vida eterna, el ateo siente en sus carnes lo preciosa que es la vida ---y qué terrible desgracia es realmente que millones de seres humanos sufran el más terrible menoscabo de su felicidad por ninguna razón en absoluto.

Es inevitable preguntarse cuán enorme y gratuita debe ser una catástrofe para que sacuda la fe del mundo. El Holocausto nazi no lo hizo. Tampoco el genocidio de Ruanda, aunque hubiera sacerdotes armados con machetes entre los autores. Quinientos millones de personas murieron de viruela en el siglo XX, muchos de ellos niños. Los caminos de Dios son ciertamente inescrutables. Parece que cualquier hecho, no importa lo desgraciado que sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En los asuntos de la fe, hemos perdido cualquier tipo de contacto con la realidad.

Desde luego, las personas de fe afirman regularmente que Dios no es responsable del sufrimiento humano. ¿Pero de qué otro modo podemos entender la afirmación de que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay ningún otro modo de entender el asunto, y es hora de que los seres humanos cuerdos lo asuman. Se trata del problema histórico de la teodicea, que deberíamos considerar ya resuelto. Si Dios existe, no puede hacer nada para detener las más terribles calamidades o no se preocupa por hacerlo. Dios, por lo tanto, es impotente o malvado. Los lectores piadosos realizarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples normas humanas de moralidad. Pero, desde luego, las normas humanas de moralidad son precisamente las que los fieles emplean en primer lugar para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupe por algo tan trivial como el matrimonio gay, o el nombre por el que los fieles se dirigen a él durante el rezo, no es tan inescrutable como parece. Si existiera, el Dios de Abrahám sería bastante despreciable: no sólo sería indigno de la inmensidad de la creación, sino que sería indigno hasta del propio ser humano.

Hay otra posibilidad, desde luego, y es a la vez la más razonable y la menos odiosa: el Dios bíblico es una ficción. Como ha observado Richard Dawkins, todos somos ateos en lo que concierne a Zeus y Thor. Sólo el ateo ha comprendido que el dios bíblico no es en absoluto diferente de Zeus o de Thor. Por consiguiente, sólo el ateo es lo bastante compasivo para considerar la profundidad del sufrimiento humano en toda su abrumadora realidad. Es terrible que muramos y perdamos todo lo que nos gusta; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran innecesariamente mientras viven. Que gran parte de este sufrimiento pueda ser atribuido directamente a la religión --a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas y las luchas religiosas por recursos escasos-- es lo que hace del ateísmo una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, sin embargo, que sitúa al ateo en los márgenes de la sociedad. El ateo, sólo por mantenerse en contacto con la realidad, aparece vergonzosamente alejado de la vida de fantasía propia de sus vecinos.


La Naturaleza de la Creencia

Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día durante los próximos 50 años. Otro 22 % cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte en base al dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión "negativa" o "sumamente negativa" de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean "firmemente religiosos". La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos --en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de este calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, es ahora un problema para el mundo entero.

Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada "moderación religiosa" todavía disfruta de un gran prestigio en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los "moderados". Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia "da sentido a sus vidas".

Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es ciertamente razonable, considerando ciertas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las más afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela --no la de Dios-- cuando los cuerpos hinchados de los muertos son arrojados por el mar. Durante días, cuando miles de niños son arrancados al mismo tiempo de los brazos de sus madres y ahogados en el mar, la teología liberal debe revelarse como lo que es --el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que es la cumbre de la sabiduría moral.

Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre quiere creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que ese diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia según líneas pragmáticas: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ninguno aún descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: "Esta creencia da sentido a mi vida", o "Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos", o "Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador". Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que esto. Son las respuestas de un loco o de un idiota.

Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascal, el salto de fe de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de la misma, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre el modo en que es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden esto; los moderados --casi por definición-- no lo entienden en absoluto.

La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona tiene buenas razones para creer firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma sentencia. Sólo cuando las pruebas a favor de una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o existe una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la "fe". Dicho de otro modo, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, "el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento", "yo vi la cara de Jesús en una ventana", "rezamos, y el cáncer de nuestra hija comezó a remitir"). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo que ha sido dividido por creencias religiosas mutuamente incompatibles, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de historia y la inmortalidad del alma, esta división perezosa de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.


La Fe y la Sociedad Buena

La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones --ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable aun en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras que el odio a los judíos en Alemania se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)

Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Está de más decir que un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo --del que toda religión participa en un grado extremo. No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.

Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha logrado. Cualquier relato sobre un supuesto "gen religioso", que haga que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento de que la religión sea de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 23005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per capita, desarrollo educativo, igualdad sexual, tasa de homicidios y mortalidad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortalidad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a las normas europeas. Desde luego, los datos correlacionales de esta clase no resuelven las cuestiones de causalidad --la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.

Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de la prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de la aguja.


La Religión como Fuente de Violencia

Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos --sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano-- de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas --cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.-- y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.

En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo rechaza negar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por interéses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Que se lo pregunten a los irlandeses.)

A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano es siempre reducible a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros mecánicos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan instruida que sea capaz de construir una bomba nuclear, y así y todo creer que conseguirá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión.


¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?

* Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre el modo en que es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles --que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes-- crea una base duradera para el conflicto.

* No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar más bien mal a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner sus almas en peligro para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.

* La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso en la que la gente se protege sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmemente sostenidas. Y así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y --demasiado a menudo-- para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo tienen una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable --de modo que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos-- puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a estar de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.

El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, esos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, ello sólo será posible si prescindimos de todos los dogmas de fe.

Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está --en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna-- es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia.

sábado, 12 de mayo de 2007

Articulo que me publicaron en la revista Lúcido de la Asociación Racional Escéptica de Venezuela (AREV)

La palabra rock se ha convertido para muchos grupos e individuos, en sinónimo de drogas y satanismo. Todo aquel que se identifique con este estilo musical y su cultura podrá dar fe de la intolerancia de la que ha sido objeto. Intolerancia basada en mitos y en un total desconocimiento de los hechos.

Los argumentos que relacionan al rock con la adoración a Satanás no tiene sentido para aquellos que consideramos al satanismo como una creencia carente de todo sentido racional. Pero para aquellos que consideran al infierno como un concepto real, terrible y oscuro, estas mismas críticas les parecerán razonables. A estos últimos les puedo decir que creo que existe Satanás, si, es un muy lucrativo concepto de mercadeo, las grandes disqueras y la industria del entretenimiento en general lo saben muy bien.

La corriente mas dura del rock es sin duda el denominado Metal. Es en éste estilo en donde se observa más frecuentemente las referencias al satanismo, pero esto no pasa de ser un mero recurso de ventas basado en un simple mito, en una abstracción socio-cultural, en un concepto que ni los mismos músicos toman en serio. Muchos mal llamados satanistas del rock se casan en iglesias cristianas, tienen formación católica y familias comunes.

La mención a lo maligno no es el único elemento en las letras del rock, ni siquiera es el predominante, las letras hacen alusiones mucho más frecuentes a cuestiones sicológicas, filosóficas, políticas, sociales, literarias, históricas, románticas, entre otras.

En contraposición, la música popular que escuchan nuestros niños actualmente, con la total complacencia de sus padres, utiliza recursos realmente nocivos, como la pornografía y el delito, a la sazón interpretadas en una atroz deformación del español y difundidas profusamente por todos los medios de comunicación audiovisuales.

Nunca falta quien quiera darle un sentido diferente al propósito de un discurso o una canción. Tenemos ejemplos de esto incluso en la música popular. Los mensajes ocultos entre líneas matizan de inteligencia a una canción, pero actualmente carece de sentido pensar en mensajes malignos ocultos clandestinamente, hay agrupaciones de todo tipo que se encargan de emitir dichos mensajes de manera muy explícita, y eso vende más.

Se le ha atribuido casi exclusivamente a las grabaciones de música rock, la supuesta presencia de mensajes ocultos con la técnica del Backward Masking Process, pero sólo hay que investigar un poco para descubrir la falsedad de este mito, mediante esta estúpida técnica podemos encontrar mensajes ocultos hasta en la voz de cualquier niño.

Son demasiados los grupos acusados de prácticas satánicas. En toda la literatura y “documentales” que acusan la presencia de satanismo en el rock, se hace mención constante del grupo Iron Maiden, es el preferido de estos especialistas. Esta banda británica es una de las más importantes del planeta, sus letras nos remiten muy frecuentemente a la literatura inglesa. Las referencias históricas en sus letras son abundantes. Son fervientes fanáticos del fútbol y sus miembros son verdaderos virtuosos, su front man, Bruce Dickinson, es un personaje prolífico que además de excelente cantante es escritor, esgrimista olímpico, historiador, locutor, piloto de Boeings, es Primer Oficial de la línea aérea Astraeus sobre lo que protagonizó una serie de documentales en Discovery Channel, mecánico de trenes, entre otros intereses.

Son innumerables los mitos populares creados alrededor de las bandas de rock, lo lamentable es que muchas ocasiones se refieren a verdaderas leyendas de la música. ¿Quién no ha escuchado que el nombre de la banda KISS son las siglas de “Knights in Satan Service”?. ¿Qué decir a esto?.

Se menciona frecuentemente a Ozzy Osbourne como una especie de adalid de Satanás. Ozzy es una persona enferma, afectada profundamente por su antigua y lamentable adicción a las drogas y el alcohol. Desde niño tuvo problemas de aprendizaje, además de su dislexia. Su potente carisma y privilegiada voz lo han convertido en un personaje muy popular, querido y multimillonario. Su show televisivo deja mucho que desear, pero su música es de una enorme calidad. Como casi todos, utilizó desde sus inicios el lenguaje y la imagen del mal para vender, y vaya que le resultó, él y su banda fueron los precursores de ésta estrategia.

Podríamos contar horas mencionando grupo por grupo, mito por mito. Se ha acusado de satanistas a bandas como Pink Floyd, Beatles, Rush, Marillion, Led Zeppelin, bandas cuyo aporte a la música ha sido descomunal. En una ocasión leí una lista de grupos con supuestos mensajes satánicos, entre estos se contaba a Pimpinela y Binomio de Oro. Incluso se ha relacionado el financiamiento de los grupos de rock con los Illuminati.

En el inmenso abanico de agrupaciones de metal, abundan y tienen mucho éxito las bandas de tinte y mensaje cristiano (Stryper, White Lion, Mortification, POD, Creed, entre muchísimas otras) las cuales son acogidas igualmente por el mismo público que escucha a Deicide por ejemplo. Se trata de música, no de religión.

En nuestro país, el rock tuvo tintes de clandestinidad. Salir a la calle con el cabello largo significaba insultos, golpes y cárcel. En Maracaibo se vivió hace más de una década un episodio que se podría calificar de cómico si no hubiese tenido las consecuencias que tuvo. Un párroco, con ínfulas de Torquemada criollo, lideró unos procedimientos policiales para apresar a todo aquel que le pareciera sospechoso de pertenecer a alguna secta satánica. El principal indicio que hacía presumir a un joven de ser “satánico”, era el escuchar rock metálico. Fue penoso ver como el diario Panorama reproducía en primera plana las portadas de discos de Iron Maiden “incautados a los sospechosos”, cual si se trataran de versiones de bolsillo del Necronomicon. Se “incautaron” atemorizantes y terribles caretas de los Diablos de Yare en las habitaciones de estos jóvenes. Lo lamentable es que pagaron con cárcel la osadía de escuchar rock en la tierra de la intolerancia. Conocí personalmente a estos jóvenes, eran y son personas productivas, inteligentes e incorporadas honestamente al aparato productivo del país. Por este increíble atropello no se recibió ni siquiera una disculpa.

Afortunadamente este tipo de incidentes ya no son comunes debido entre otras cosas a la globalización y a la transculturización. Sin embargo los mitos persisten y se transmiten con la misma fluidez.

Es difícil encontrar corrientes musicales modernas que remitan frecuentemente a los jóvenes al estudio en conjunto de la música y a la ejecución de algún instrumento, al estudio del inglés, de la poesía e inclusive de la historia y la literatura como complemento de su afición. Este modo constructivo de asimilar la música es común entre los seguidores del rock.

En el planeta coexiste una gran variedad de creencias y religiones, muchas de las cuales no incluyen a Satanás como un elemento. Hay otras que lo toman en serio y temen su supuesta existencia, es una cuestión cultural. La alusión explícita al demonio con fines mercadotécnicos, para el resto, es una cuestión de imagen comercial.

viernes, 27 de abril de 2007

¿Cree usted en algo?

Yo creo en la evidencia. Creo en la observación, mediciones y razonamiento, confirmado por observadores independientes. Y creeré cualquier cosa, no importa que tan silvestre o ridícula pueda parecer, siempre que exista evidencia para ella. Entre mas silvestre o ridículo parezca un hecho, más sólida deberá ser la evidencia que lo sustente. Issac Asimov


En mi primera entrada, de mi primer blog, sólo quiero decir que quiero sumarme a la creciente corriente de blogs escépticos, ateístas, racionales y propulsores del pensamiento crítico. Quiero hacer una pequeña contribución para sacar del oscurantismo y de la edad media a algunas personas que conozco y otras que no.

Sólo a través del avance científico hemos logrado descubrir la verdad y discernir entre el misterio y los hechos. Por lo cual considero una actitud necia, obtusa, terca, mediocre e ingrata, el despreciar la ciencia como el gran propulsor del desarrollo humano.