martes, 17 de agosto de 2010

El problema es la foto

Este editorial de Teodoro Petkoff debe quedar para la historia como testimonio sobre la miseria grotesca que gobierna a Venezuela
Entonces, el problema es la foto. El problema no es el de los 16 mil homicidios anuales, 95% de los cuales permanecen impunes; el problema no son los 400 y pico de muertos anules en las cárceles; el problema no son los miles de vehículos robados cada año, ni los centenares de apartamentos asaltados por bandas hamponiles; el problema no son los miles de secuestros express, y de los otros, que tienen lugar cada año; tampoco son las vacunas que las bandas guerrilleras y paramilitares obligan a pagar en la frontera y muchísimo menos lo es el de los incontables arrebatones, que ya ni siquiera se denuncian de tan banales que se han vuelto. Este no es el problema. La cosa es la foto.

Tampoco es problema el de los cuerpos policiales desbordados por el hampa, mal pagados, mal entrenados e incluso infiltrados por delincuentes comunes; menos aún lo es el de un Poder Judicial lento, de pésima calidad, la mayor parte de cuyos jueces son provisionales, fichas del PSUV, y viven asustados de emitir fallos que no complazcan al Poder. Nada de esto es el problema. El problema es la foto que publicó El Nacional.

El jefe de la ex PTJ habló para hacernos saber que ahora los pisos de la morgue son de linóleo nuevecito y hay camillas ultramodernas. Que la foto es vieja. El horrendo espectáculo de centenares de cadáveres que ahora disfrutan de camillas nuevas y yacen sobre un piso nuevo, y tal vez pulido, no es su problema. Su problema es el “morbo” de la foto. No la matazón que la foto captó. La inefable Fiscalía de la República ya anunció acciones, pero no contra criminales sino contra El Nacional. La Comisión de Defensa del Menor, o como se llame, también se movilizó.

Desde que actuó contra Tal Cual por el horrendo delito contra la “intimidad de una menor” que fue publicar el nombre de la hija del Presidente, ese organismo no había vuelto a dar señales de vida. Ahora sale de su letargo, en “defensa de los niños”, cuyas “mentes podrían ser afectadas por la foto”. Los centenares de niños que mueren alcanzados por balas perdidas; los chamos y adolescentes que pasan por la horrible experiencia de ver cómo sus padres o hermanos mayores son asesinados ante sus ojos espantados, no le quitan el sueño a la gente de la fulana Comisión de Defensa del Menor. Lo de ellos es la foto.

Todo el fariseísmo, la hipocresía, que empapa hasta los tuétanos a este régimen ha brillado siniestramente en este episodio de la foto de El Nacional. Lo que le preocupa a los adulantes no es que haya violencia sino que se sepa. Aquí entendemos la publicación de esa foto como una respuesta apropiada a la risa, no por forzada menos miserable y canallesca, de ese mequetrefe que dirige Telesur, quien emitía una risita de hiena mientras a su lado un venezolano especialista en el tema de la violencia daba cuenta de los niveles insoportables que esta ha alcanzado en nuestro país. ¿Te da risa el tema de la delincuencia, Izarrita, te burlas del asunto, crees que es un invento de la oposición? Ríete, entonces de esta foto, patiquincito.

jueves, 10 de junio de 2010

Esclavitud Alimentaria

Esclavitud Alimentaria

Charito Rojas

Junio 9, 2010
“Quienes no tienen moral, y poco les importa trabajar con la mentira para tapar su colosal mediocridad y carencia de escrúpulos, optaron durante estos días por reventar la cloaca de su propia miseria y esparcir el detritus que circula por ella”. José Vicente Rangel, 1974. 

Estas premonitorias palabras del entonces diputado por el MAS, José Vicente Rangel, pueden describir perfectamente la situación de un gobierno acorralado por las verdades implacables que salen a relucir en un deslave de corruptelas que pone al descubierto las entrañas podridas del régimen. Tan podridas como los 70.000 kilos de alimentos, suficientes para dar de comer por tres meses a los venezolanos.

El gobierno tiene el 100% de la responsabilidad en este escandaloso caso pero su intento por hacer lo de siempre, que es echarle las culpas de su propia corrupción e ineficiencia a otros, es patético. Chávez lo llamo “un error” pero lanza a sus hienas contra el sector privado y no contra quienes dejan perder de esa manera alimentos comprados con el dinero de ese pueblo que él dice defender. Ministros, diputados, funcionarios de todo nivel no cesan de repetir una y otra vez la mentira oficial: que esa es una campaña mediática, que Fedecámaras y Comercio tienen la culpa, que el Imperio dirige la operación contra el gobierno. El colmo es de una hasta este momento desconocida Presidenta de Pdval, que vestida de punta en rojo, afirma sin vergöenza alguna que la oligarquía lo que quiere es quitar los inmensos pollos de Pdval (según ella alcanzan para 6 personas) de la mesa del pueblo. “Y no lo lograrán”, dice muy convencida.

Pero nada de lo que digan o hagan puede tapar la verdad que hoy más que nunca está clarita ante el país: el gobierno es culpable de la corrupción que lo corroe y trata de evadir su responsabilidad. El gobierno es responsable de casi 2.000 containers de alimentos que se pudrieron sin que quienes los trajeron se ocuparan de ellos, sin que Bolipuertos buscase a los responsables en los 9 meses que tienen almacenados en Puerto Cabello, sin que la Guardia Nacional, tan estricta para inspeccionar a la empresa privada, se extrañara de tan prolongada permanencia, sin que el Seniat cobrara y diera el alta a esa mercancía. O sea, esto sucedió en las narices de todos estos funcionarios que se han lanzado 40 inspecciones a Empresas Polar en 15 días; son los mismos diligentes verdugos que expropian carnicerías, bodegas y abastos de chinos; los mismos que avalan a los “consejos comunales” para que tomen fincas en plena productividad.

Ante su evidente responsabilidad en esta olla podrida, al Comandante Presidente no se le ocurre más que dar todo su apoyo a Rafael Ramírez, el hombre a quien todos quienes compran alimentos con dólares Cadivi, a través de Barivén y en coordinación con Pdval, le reportan. Y no sólo lo apoya sino que le ordena defenderse de la “oligarquía apátrida” que quiere destruir la revolución por ese “pequeño errorcito”. Guapo y apoyado, Ramírez declara que toda la cadena alimentaria debe ser del gobierno, lo cual augura tiempos difíciles, no sólo para los productores ya suficientemente ahorcados por la garra oficial, sino para los consumidores, a quienes espera mucha hambre en manos de estos ineficientes corruptos.

El gerente de “calidad de alimentos” de Pdval dice que no es que la leche este podrida, sino que los estándares sanitarios de Venezuela son más altos que los de otros países. Así que están reciclando en una planta de Santa Rosa, en Valencia, la leche en polvo que según ellos está buena y la venderán en Pdval. Los galpones de la almacenadora Cealco en Aragua están sacando subrepticiamente alimentos que consideran en buen estado o con vencimiento en uno, dos o tres meses, para ser reciclados.

Los fiscales del Ministerio Público investigan. Les recomiendo que lean columnas periodísticas que desde el año 2005 cuentan el negocito con las compras de alimentos, las comisiones en el exterior, los contactos en Cadivi, la compra de productos próximos a vencerse a precio de baratillo, la petición de los funcionarios compradores de alterar las facturas y compartir ganancias con los vendedores. Los chinos no pestañean ante esto, pero el Presidente de Portugal vino y protestó ante el mismísimo Comandante que sus emisarios compraban los productos más baratos y querían que se los facturasen como si fuesen delicatessen.

Si al gobierno (y cuando digo gobierno digo Chávez, que es el único que manda aquí) le interesase saber quienes son los corruptos, investigaría las cuentas de sus más cercanos colaboradores, averiguaría sobre las compañías registradas por venezolanos en los paraísos fiscales del Caribe y de Asia, preguntaría a los vendedores de los productos cuánto les pagaron por ellos, llamaría a los de Bolipuertos, a la GN, al Seniat, a los gerentes de las almacenadoras (todas alquiladas o pertenecientes a Pdval) y les preguntaría qué tan ciegos o tan sinvergöenzas son para hacerse los imbéciles ante la enormidad de lo que estaba sucediendo. Yo además les preguntaría cómo hicieron para no oler la terrible hedentina que los vecinos denunciaban constantemente. Si al Comandante Presidente realmente le interesara saber, retiraría sus sabuesos de la Polar (que sí está cumpliendo eficientemente con el suministro y distribución del 30% de los alimentos que se consumen en Venezuela) y los enviaría cerquita, donde anidan los corruptos. Pero tal vez él también sufre de nariz tapada y no huele la podredumbre de su régimen.

Esto no es sólo un problema de salud pública sino de moral de Estado, de corrupción endógena, de protección a los corruptos. Están atrapados y en lugar de hacer pública enmienda de la falta, enfocan sus misiles hacia la empresa privada, para en venganza por verse descubiertos, terminar la faena expropiadora. Todo en nombre de una seguridad alimentaria que se convertirá en muy corto término en esclavitud alimentaria. Al igual que la revolución cubana, ésta también quiere imponerse por el hambre.

domingo, 21 de marzo de 2010

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Un artículo no puede expresar lo que está pasando aquí. Por lo menos A. Barrera lo expresa mejor

Alberto Barrera Tyszka
El Nacional / ND

Sesenta y siete

Marzo 21, 2010


En 1933 Osip Mandelstam compuso un poema cuyo referente era Joseph Stalin y los crímenes sanguinarios que se ejecutaban bajo su régimen.

No lo mencionaba, no decía su nombre. Tampoco hacía falta. Mandelstam jamás publicó este poema. Ni siquiera lo tenía escrito. Tan sólo lo recitaba de memoria. Unos meses después, en 1934, la policía soviética allanó la casa de Mandelstam buscando desesperadamente un poema invisible. Por supuesto: jamás lo encontraron. Pero el poeta terminó en la cárcel.

La anécdota detalla puntualmente la vocación del Estado paranoico, del Estado ansioso y aterrado, convertido ya en una compleja industria de persecución, cada vez más asustada y ­por tanto­ cada vez más voraz, implacable.

Con las circunstancias y las diferencias de cada caso, también podría ser un espejo de nuestros días: el Estado que invierte recursos, que gasta funcionarios y publicidad, que inventa programas y leyes, que propone angustias y urgencias, para tratar de cazar gazapos en la red del ciberespacio, mientras, en la red de la calle, en la cotidianidad dura y simple, la violencia social le arrebata la vida a los ciudadanos. Sesenta y siete. Hubo sesenta y siete homicidios en Caracas el fin de semana pasado.

La crónica impactante y conmovedora de la agencia AFP, firmada por Beatriz Lecumberri, rescata del naufragio de dolor de los familiares que esperan a las afueras de la morgue una frase tan desgarradora como amenazante: “Sólo provoca empezar a matar”. Eso dice el familiar de una de las víctimas. Es la impotencia trabucada en arma, en peligro. Frente a la nada del Estado, las víctimas comienzan a pensar en convertirse en asesinos. ¿Qué clase de país estamos fundando debajo de las estadísticas de cada fin de semana? La palabra podría ser masacre. Porque la inseguridad social se nos ha ido transformando en un peculiar mecanismo de exterminio. Cada viernes y cada sábado, el homicidio se vuelve un método masivo. Danza en las calles para cumplir con su cuota y mantener una estadística que no entiende qué es la lucha de clases

¿Qué hacen mientras tanto los representantes del pueblo ante estas matanzas? Los representantes del pueblo sólo hacen lo que el Presidente dice. Un día después de un fin de semana con sesenta y siete muertos en la capital, la Asamblea Nacional estaba discutiendo sobre la regulación de informaciones en Internet. Fue lo que pidió el domingo el Presidente.



Deberían, tan siquiera, respetar la tragedia de sus compatriotas. Debería caérseles la cédula de vergüenza. Deberían poner sus cuerdas vocales en remojo. Deberían decretar una jornada especial, en la que todos los diputados permanecieran en silencio, escuchando el nombre de cada víctima, el testimonio de cada madre que ha perdido un hijo a cuenta de la violencia social. Eso sí sería parlamentarismo de calle.



Deberían oír los gritos de la gente y no las instrucciones del poder.


Después de once años, el oficialismo se ha visto orillado a reconocer un problema que ya parece estar fuera de control. Tal vez, sus resistencias a aceptar y a enfrentar esta gran herida de nuestra sociedad tienen que ver con el hecho de que estas estadísticas también develan otra herida, desnudan la gloriosa retórica de “la revolución”.

Dentro del discurso del Gobierno, la violencia social es una consecuencia de la desigualdad, del capitalismo. Para no ir demasiado lejos, en su informe anual, el pasado mes de enero, el Presidente señaló que “la violencia es producto de la pobreza y de la falta de educación”. Nadie duda de que se trate de un problema complejo, donde las condiciones sociales y la miseria juegan un papel determinante. Pero aceptar ahora esto implica, para el Gobierno, aceptar también que sus otras estadísticas son falsas, que está mintiendo cuando afirma y pregona que estamos superando la pobreza.
 
“En Venezuela nadie pasa hambre ahorita”, dijo el Presidente en su programa 353, el domingo pasado.
Por eso intentan elaborar las fantasías inverosímiles, buscando matizar el problema. Por eso tratan de culpar al paramilitarismo colombiano o llegan a insinuar que nuestros crímenes quizás son parte de una estrategia extranjera, de una nueva conspiración internacional. No sólo es increíble. Es una grosería. Es un puñetazo sobre el duelo de miles de venezolanos. Los sesenta y siete muertos del fin de semana pasado todavía están esperando ser escuchados por el poder.

¿Qué habría qué hacer cada vez que un diputado o algún alto funcionario diga que la inseguridad social en Venezuela es un “invento mediático”? ¿Deberíamos ponerlos presos? ¿Se lo preguntamos a Sean Penn?