Unas palabras recientemente pronunciadas por el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, nos hace recordar que todos los izquierdistas del mundo son igualitos de retardatarios y por supuesto muy parecidos a los de aquí.
Decía así: “nos impusieron que el alumno vale tanto como el profesor, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes. Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente. Que las buenas costumbres habían terminado. Defienden los servicios públicos pero jamás usan transporte colectivo y mandan a sus hijos a colegios privados. Son aquellos que han renunciado al mérito y al esfuerzo y que atizan el odio a la familia, a la sociedad y a la república”.
Trasladándonos ahora a Venezuela. En teoría, ser de izquierda significa ir contra lo rígido, lo tradicional, la injusticia social, la opresión, ser idealista, romántico y soñador. Desde ese punto de vista, todos pertenecemos a la izquierda. Pero en la práctica, ser de izquierda significa pensar más con el corazón, que con la cabeza. Y es lo que ocurre cuando los ideales se forjan sobre los instintos y no sobre la razón. Cuando la respuesta (emocional) está motivada por la sensibilidad social inmediata y no por el raciocinio y la realidad, damos la espalda a la verdad que nos perturba, para entregarnos al espejismo que nos reconforta (cuando un pobre invade un terreno, sólo se piensa a favor del pobre y no en el problema que éste está creando).
Todo esto viene a colación porque precisamente, en esas últimas elecciones francesas de 2007, el innombrable daba por segura ganadora a Madame Royal (quien perdió ante el derechista Sarkozy), y expresaba: “Ella es socialista, y allá está nuestro corazón. No la conocemos, pero por ser mujer y socialista, con ella está nuestro corazón”… Eso se llama precisamente, pensar con el corazón y no con la cabeza. Que oiga quien tiene oídos…
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